“Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rom. 6, 4)
La muerte de Cristo la reclamamos como nuestra muerte, porque de la misma forma reclamamos su resurrección como la nuestra. El pecado ha sido vencido y no se ha enseñoreado en nosotros. Con esto se cumple la palabra de Dios que señalaba “Ustedes se santificarán y serán santos, porque yo soy el Señor, su Dios” (Lv. 20, 7)
El perdón nos viene sólo de Dios y nos es dispensado generosamente por los meritos de Jesús. Sabemos que “Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn. 1, 9)
Por ello podemos repetir jubilosos junto con el Salmista:
¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas,
y en cuyo espíritu no hay doblez!
(Sal. 32, 1-2)
La cruz ya no es motivo de vergüenza, sino más bien, desde el sacrificio de Cristo es el símbolo paradigmático de la Buena Noticia: la humanidad toda ha sido reconciliada con nuestro Dios. Podemos con toda propiedad y completa confianza correr a los brazos de nuestro Papito Dios y acurrucarnos en su corazón y encontrar en Él la vida eterna.
No perdamos tiempo y aprovechando este período de Cuaresma caminemos seguros a los pies de nuestro amado Dios y confesemos nuestras culpas con dolor y vergüenza, pero con la certeza de que seremos limpiados de toda falta en la sangre de Cristo. Sólo lavados en su sangre podemos entrar en el Reino de Dios.
(Sal. 32, 1-2)
La cruz ya no es motivo de vergüenza, sino más bien, desde el sacrificio de Cristo es el símbolo paradigmático de la Buena Noticia: la humanidad toda ha sido reconciliada con nuestro Dios. Podemos con toda propiedad y completa confianza correr a los brazos de nuestro Papito Dios y acurrucarnos en su corazón y encontrar en Él la vida eterna.
No perdamos tiempo y aprovechando este período de Cuaresma caminemos seguros a los pies de nuestro amado Dios y confesemos nuestras culpas con dolor y vergüenza, pero con la certeza de que seremos limpiados de toda falta en la sangre de Cristo. Sólo lavados en su sangre podemos entrar en el Reino de Dios.
Fuente: Radio María
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